“Preciosa serás sin bandera, sin lauros, ni gloria preciosa, preciosa, te llaman los hijos de la libertad.”
“Preciosa” – Rafael Hernández
En una tarde calurosa y soleada, de la semana del 22 de julio de 2019, finalmente me sentí en casa. Estaba parada en una esquina detrás de una barricada de la Calle Fortaleza en el Viejo San Juan, Puerto Rico (la calle dónde ubica la mansión del gobernador).
Cantaba junto a la multitud la versión de “Preciosa” de Marc Anthony, uno de nuestros himnos más preciados escrito por el aguadillano Rafael Hernández. Mi corazón se desbordó de emoción mientras celebraba la victoria de la organización comunitaria que fue activada por jóvenes y figuras públicas a través de las redes sociales ese verano. Las lágrimas caían por mis mejillas mientras cantaba la canción que todos conocemos junto a mi pueblo.
Durante estas protestas en Puerto Rico, “Cacerola[1] girl” fue capturada en lo que se convirtió en una sensación viral en Twitter. Ella es una de mis heroínas. Alguien creó este meme de dibujos animados de ella en las redes sociales. Expresó su furia usando una olla y un cucharón una olla y un cucharón (cómo las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina).
Cuando se encontró rodeada de agentes de policía que se elevaban sobre su equipo antidisturbios, mantuvo su cabeza en alto y continuó ejerciendo su derecho constitucional a la libre expresión, preguntando por qué la policía tenía tanto miedo.
Ella se mantuvo firme. Usó todo lo que tenía. Usó su tiempo, sus palabras, sus manos, su cuerpo y su voz. Hasta el día de hoy ha logrado permanecer en el anonimato. Todas las entrevistas que ha realizado se han mantenido bajo condición de anonimato. Ella eligió liderar desde el frente como parte de un colectivo.
La gente de a pie en Puerto Rico se estaba recuperando lentamente de una serie de eventos naturales devastadores. Por décadas, políticos de turno endeudaron al país, tomando prestado para sostener lo insostenible, fueron tomando dinero prestado sin la posibilidad de pago y fueron vendiendo al país por pedazos a los buitres de Wall Street.
Dado que la ley estadounidense prohíbe a Puerto Rico declararse en bancarrota (solo el Congreso estadounidense puede declarar la quiebra). Nombraron una Junta de Control Fiscal no electa por el pueblo que comenzó a instaurar medidas despiadadas para ahorrar costos: recortar la pensión de las abuelas, cerrar escuelas, despedir empleados públicos, cerrar hospitales, achicar el presupuesto de la Universidad de Puerto Rico y con ello tratar de eliminarla, con el propósito de pagar intereses a los capitalistas buitres de Wall Street a costa de servicios básicos del pueblo.
Y como si eso no fuera suficiente el azote del huracán más grande en 100 años provocó el apagón más largo en la historia de Estados Unidos, durando casi un año para muchos sectores. Los miembros de mi familia, como muchos otros, lavaban la ropa bajo la lluvia en lugar de usar sus propias lavadoras.
Mientras tanto, el corrupto gobernador de Puerto Rico conspiró con Estados Unidos para ocultar el hecho de que 4.465 personas murieron como resultado de los huracanes Irma y María en un esfuerzo por limitar los fondos de ayuda de emergencia a la isla.
Mientras las personas sufrían los resultados de este desastre que amenazaban sus vidas, los líderes electos se burlaban en privado de su sufrimiento, traicionando la confianza pública. Cerraron las escuelas con impunidad, malversaron dinero, se negociaron contratos rentables y se rieron de ello en charlas privadas.
Cuando sus conversaciones privadas se hicieron públicas, toda la isla respondió con protestas públicas sostenidas hasta que el gobernador corrupto se vio obligado a renunciar a mitad de su incumbencia. Eso es lo que estaba pasando ese día que me encontré en la Calle de la Fortaleza, que los líderes de la protesta habían rebautizado como Calle de la Resistencia.
Una de las muchas consignas cantadas durante la rebelión en Puerto Rico fue «¡Somos más y no tenemos miedo!». La revelación de las conversaciones del “chat” privado del gobernador y otros oficiales públicos fue una falta de respeto al pueblo inimaginable.
Lo que sucedió en Puerto Rico me recuerda los intentos insidiosos de quitarle el derecho al voto a la gente en Georgia durante muchos años. La supresión de votantes, como los chats privados, se ve mucho peor cuando ven la luz del día. Nse Ufot, el cerebro político que lidera el “New Georgia Project”, lo dice claramente, «Cuando enciendes las luces, las cucarachas se dispersan».
Las elecciones de noviembre de 2020 en Estados Unidos batieron todos los récords. Más de 150 millones de personas usaron su voz y votaron. Estos eventos en Puerto Rico y los Estados Unidos le han mostrado al mundo lo que sucede cuando se activa la gente. Este es el poder que tiene la gente, pero no elige usarlo con regularidad. Atabex García, una estudiante que marchó bajo la lluvia durante el día nacional de protesta, me dijo que se emocionó cuando vio un video en vivo de puertorriqueños en la Grand Central Station de Nueva York bailando y cantando, “Yo soy Boricua, pa ‘que tú lo sepas”. Estoy segura de que esa mañana cuando se puso las tenis para protestar, no tenía idea de cuánta gente iba a hacer lo mismo.
El momento unió a personas de todos los partidos políticos, estatus económicos, la isla y la diáspora, los que se han ido de Puerto Rico a lo largo de los años. Por un momento se utilizó el poder latente que siempre hemos tenido.
En su clásico análisis político y económico titulado «Salida, lealtad y voz», Albert O. Hirschman escribe:
“El descubrimiento de que los ciudadanos normalmente no usan más que una fracción de sus recursos políticos fue originalmente una sorpresa y una decepción para los científicos políticos que habían sido educados para creer que la democracia requiere para su funcionamiento la participación más completa posible de todos los ciudadanos”.[2]
Las protestas y huelgas en Puerto Rico le han enseñado al mundo una lección de democracia, han cambiado a Puerto Rico y me han cambiado a mi.
En julio de 2020, un año después de ese día que estaba parada en la esquina de la calle de la Resistencia, me mudé a mi casa en Puerto Rico. Es un eufemismo decir que el 2020 fue un año clarificador para todos nosotras. Fue el año de COVID 19, los asesinatos de los jóvenes negros Ahmad Arbery, Breonna Taylor, el linchamiento público de George Floyd y otros tantos de parte de la policía.
Hace cuatro generaciones, mi Abuelita Goyita Miranda fue expulsada de su tierra y quedó sin hogar y desamparada con 6 hijas cuando murió su esposo. Cuando llegó el COVID pensé dónde realmente quería estar, quise estar aquí. Regresé para recuperar algo que había perdido.
Unas semanas después de mi llegada a Puerto Rico, estaba hablando con un grupo de hermanas Boricuas y les dije por qué me había mudado. Una mujer respondió: «¡Bienvenida a casa!». Sus palabras derritieron algo congelado en lo profundo de mi alma y empecé a llorar. Danaliz Dávila, una organizadora comunitaria aquí en Puerto Rico, compartió conmigo algunos conocimientos sobre la isla y EEUU. Dijo que la respuesta de Estados Unidos al huracán fue tan mezquina que «Si no hubiera sido por la diáspora, hubiéramos comido tierra». Como mujer puertorriqueña que nació y se crió en los Estados Unidos continentales, siempre me sentí a un paso de la isla.
Ya no. Puerto Rico es mi hogar.
Hogar.
Una cálida bienvenida de una familia que no he visto en años.
Hogar.
El olor a sofrito cuando caminas por la calle.
Hogar.
Mujeres con carne en los huesos y un giro en el paso.
Hogar.
Parqueando para comer un sándwich de desayuno.
Hogar.
Una brisa constante del océano, conductores impacientes, revolúces, coquíes y caballos salvajes corriendo por el camino.
Hogar.
Finalmente encontrado.
[1] Cacerola girl = cooking pot girl
[2] Hirschman, Albert O., “Exit, Loyalty, and Voice”, page 14.